sábado, 22 de octubre de 2011

Sobre "El ruido de los ríos"

Mientras leía el libro de Andrés Lewin, pensaba que para oír el ruido de los ríos, primero hay que acercarse.

Hay que acercarse a ese lugar de donde viene el ruido acompasado, la voz de estos poemas. Digo esto por dos motivos. Por un lado, porque en este libro el tema del acercamiento está trabajado una y otra vez. Y por otro lado, porque esta misma presentación, esta reunión de Andrés Lewin con todos nosotros, es también, evidentemente, una manera de acercarse muy particular.

No puedo dejar de pensar que ésta es una doble presentación. Se presenta El ruido de los ríos pero también, tan importante como el libro, y sobre todo por ser su primer libro, el Andrés que muchos de ustedes conocen como amigo, conocido, o familiar, hoy se presenta como escritor, como poeta. Y esto, créanme, no es poca cosa. Me honra ser parte de esta suerte de transformación, ver cómo, para muchos de nosotros, Andrelo va a ser de golpe Andrés Lewin, autor de un libro de poemas.

Un libro donde el tema del acercamiento es recurrente. Como en la ilustración de la tapa, creo que hay una gran horizontalidad en el libro, una mirada que intenta traerlo todo junto. Por ejemplo: vemos a personajes del campo acercarse a la ciudad y plantar su mirada extrañada, oímos una gran cantidad de diálogos entre personajes familiares, kiosqueros, cartoneros, en lugares también reconocibles, una voz que se hermana con los personajes, como si dijera: “Éste es el ruido de los míos”. También hay una aproximación a las tradiciones orales (de hecho, ésta es una poesía muy hablada, para ser oída o, en todo caso, para leer con el oído), y tiene un detallismo que hace que lo que a primera vista pueda ser marginal sea traído al centro de la atención.

Pero sobre todo hay, más que un acercamiento, la búsqueda de un lugar de refugio. Hay una frase citada en el libro que me parece que ilumina bastante lo que quiero decir, es del anarquista Simón Radowitzky y dice: “Yo integro, pese al encierro, la familia proletaria”. Acabo de hablar de refugio y sin embargo esta cita habla de encierro. No creo que sea una incoherencia. Son las dos caras de un mismo modo de concebir la poesía. Y su fuerza radica en ese pese a, pese al encierro la comunión se logra.

En El ruido de los ríos, y enfatizo el plural, hay muchas voces que se entrelazan para formar el tejido de estos poemas por donde se filtra a un tiempo lo íntimo, la conversación con uno mismo, la silenciosa reflexión, y la preocupación por el otro, la mirada social, abarcativa, (“Mi tradición / es la del hombre que se sienta a mi lado”), poemas barriales y otros de tema más latinoamericano, como si el foco se acercara y luego alejara, podemos ver tanto al Che o a Riquelme como a Tadeo Benítez, kiosquero. Digamos, si la marginalidad es una especie de encierro, estos personajes, pese a su condición, o potenciados por ella, saltan esa barrera y oímos su voz refugiada –y expuesta- en los poemas. Ese es el privilegio de esta mirada, y también su riesgo.

De alguna manera, la poesía de Andrés capta algo de lo evanescente, de los saludos al pasar, de las preguntas que nos hacen ruido al movernos del campo a la ciudad, algo del calor, de la música de la conversación, algo de todo eso lo capta la poesía y quedan los poemas. Se escribe en el encierro de la soledad pero se logra que se plasme un rumor vivo, anhelante, cadencioso que no está exento del placer, es decir, de cierto divague, de cierta pérdida de tiempo o, en todo caso, ese saber tomarse su tiempo para mirar, para decir lo que uno ve, cosas no bienvenidas en la vida cotidiana, regida por otros tiempos y pautas. Por eso, por más que leamos cosas que nos puedan parecer muy cercanas y familiares, no hay que dejar de prestar atención al trabajo de fondo que hace de esto algo que escapa a lo cotidiano por ser de otro orden, y que, en definitiva, hace que esto no sean crónicas sino poemas.

Dentro de la marginalidad de la poesía en el mercado editorial y dentro de la marginalidad de la literatura respecto del mercado global, hoy podemos celebrar esta nueva voz que nos dice:

Yo sí tengo algo para decirle al mundo
no sé muy bien qué es
ni si existen las palabras adecuadas
pero alguien tiene que hacerlo
esto se cae, se cae

Sé que hablé de algo así como una horizontalidad, pero ¿ven? este movimiento vertical aparece a cada rato, como un trastabilleo seguro, un saber tropezarse y deleitarse en la demora de la caída.

Como para terminar, en uno de sus textos, Saer dice que “… la poesía no es río majestuoso y fértil sino una piedra firme en medio de la corriente que se deja pulir por el agua”. Por un momento se me ocurrió pensar que El ruido de los ríos podía ser ese, el del agua raspando, tocando, acariciando las piedras invisibles, esa dura maravilla al fondo de las cosas, el sonido de un trabajo perfecto y continuo.

Empecé diciendo que para oír el ruido hay, primero, que acercarse. Fui demasiado medido. Nosotros nos hemos acercado y llegamos a la orilla. Ahora les pido que, como un buscador de tesoros, como un cartonero, hundan sus manos en el agua, como dice Andrés

porque seguro en el fondo
muy al fondo

algún silencio encontraremos
.

A lo mejor el lugar donde el silencio de la piedra que se deja pulir y el ruido de los ríos, coincide.

Tomás Maver

(Texto leído en la presentación del libro, Club de Arte Vuela el Pez, Miércoles 19 de Octubre de 2011)

No hay comentarios: