sábado, 22 de octubre de 2011

Sobre "El ruido de los ríos"


Pescadores


Según Eduardo Galeano, quién escribe lo hace para juntar sus pedazos. Durante nuestra infancia, la iglesia, la familia, la escuela, nos enseñan a divorciar el alma del cuerpo, y también, la razón del corazón. Frente a esto, Galeano nos recuerda a los pescadores de la costa colombiana. Al parecer, fueron ellos quienes inventaron la palabra sentipensante, y con esa palabra buscan definir al lenguaje que desea decir la completa verdad. El ruido de los ríos bien podría formar parte de ese lenguaje mítico que soñaron esos pescadores colombianos. En poesía, esta simultaneidad es posible: en última instancia, abrevan todos de una misma forma sentipensante de percibir el mundo. Y como dice el epígrafe de Yupanqui: lo que adentra la cabeza / de la cabeza se va / lo que adentra el corazón / se queda y no se va más.

En este primer libro de Andrés Lewin, podemos pensar entonces que la figura del poeta asume la máscara de un pescador. Se trata, creo, de un pescador tranquilo, sentado a la vera de un afluente emocional ¿Y qué celebra con su silbido, con su canción de pescador atónito? Si no me equivoco, no quiere alabar lo excelso sino más bien lo incompleto, un modo de ser imperfecto que tiene todo lo que realmente existe, y que aparece en El ruido de los ríos refulgente en su pequeñez, en la falta incluso, como en estos versos del poema “El artesano”, en dónde puede leerse:

Ángel estrella
se rasca la espalda.

Le duelen
las cicatrices heredadas

resabios
de un legado de derrotas.

No se resigna
Escapa.

Como toda estrella
se sabe sólo un punto

pequeño
muy pequeño.

Pero el brillo
esa es su revancha.

En el cauce que van configurando los versos, es posible escuchar el rumor de un anhelo continuo: una sed de reconciliación. Hay, como dice el poema que acabo de leerles, brillo y también revancha: el yo lírico aparece como una voz pausada, eminentemente oral, que desea redimir de su nimiedad a los curiosos personajes para quienes canta sus poemas. Y llega, en esta especie de búsqueda inmóvil, en esta lenta pesca de personajes y redenciones, a gestar casi un pueblo entero; un pueblo con Tadeos y con Aúnesposible, con Trankipankis y Jacintos, con Ángeles Estrellas, amparados todos bajo el aura de un eco indulgente.

Ese pescador que atraviesa cada uno de los poemas del libro se revela, en definitiva y a la larga, como un oculto demiurgo, un creador de voces en la orilla: y si el poeta es un pescador, y el pescador un pequeño y piadoso dios, digamos entonces también que el río, el río de los ruidos, pareciera atravesar algún conocido barrio, y en ese trayecto sonoro, nos invita a tener siempre presente a ese otro gran barrio que, en realidad, no es ni más ni menos que nuestra América Latina.

Patricio Foglia

(Texto leído en la presentación del libro, Club de Arte Vuela el Pez, Miércoles 19 de Octubre de 2011)

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