lunes, 16 de diciembre de 2013

Anticipo de LA VIDA SUSPENDIDA

Las cosquillas

Don Pascual,
¿le puedo hacer una pregunta?
¿Conoce usted la razón
el motivo por el cual 
de repente llega una tarde
en que perdemos las cosquillas?
¿Existe acaso un día tal, Don Pascual
en que nuestra piel 
olvida la alegría?

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La apuesta

¿Y si sí?
¿Y si nos proponemos la alegría?
¿Y si al levantarnos sonreímos
nos miramos al espejo
y nos decimos lo lindo que somos?
¿Y si sí?
¿Y si entre todas las apuestas posibles
apostamos un pleno,
todos los ahorros
a la ternura, a la simple ternura?

Textos pertenecientes al libro LA VIDA SUSPENDIDA

Sobre La vida suspendida


¿Esa tarde o aquella mañana? ¿Acá cerca o más lejos? Espacio y tiempo, en este libro, no importan. Porque es aquí, allá y en todos lados donde la vida sin más queda suspendida.

Un pibito limpia los vidrios. Pausa. Un hombre abraza a su hijo. Pausa. Pirri hace un foul. Pausa. Amato Garrafa habla al micrófono. Pausa. Edelmiro corta naranja por naranja. Pausa. El vendedor de panchos un día se ilumina. Pausa. El regalador de sonrisas camina por los bosques de eucaliptus. Pausa. Manolo compra choclos. Pausa. Y otra pausa y otra más.

En ese devenir de interrupciones se construye un trayecto preciso: un movimiento sutil hacia el interior de la mirada de Andrés Lewin. Son pausas que funcionan como grietas que, por un instante, Lewin nos permite espiar y nos susurra: “Mirá, mirá, acá está la belleza, el tiempo, la poesía, el amor…”.

En algunos poemas, quizás sobre todo en la primera parte, el yo avanza como si fuera un transeúnte en la ciudad, en la vida misma. La mirada de Lewin acompaña lo que vemos y, al mismo tiempo, se desentiende de lo que no vemos, eso que cada lector completa en su lectura íntima y única: “Lo que mis ojos ven/ no es lo que miran tus ojos”.

En otros poemas, ya más hacia el final, aparecen el amor, los cuerpos, la búsqueda de la ternura. Poemas que exponen sin pudor todo lo que el yo mira y siente “en el fondo de todo lo que brilla”.

Don Pascual, Edelmiro, Martita, Francisco, Manolo, Darío, Mariana, Ricardo y más, los nombres propios se suceden, quizás como nunca en otro libro, porque hay necesidad de nombrar, de destacar que la vida cotidiana está llena de personas sabias, poetas, oscuras, luchadoras o bellas.

El uso de la repetición, una y otra vez, atraviesa todo el texto hasta el punto de sentir que, por momentos, uno escucha la propia voz del poeta que recita. En ciertos poemas, también aparece la pasión por el fútbol, esa pasión de multitudes que en este caso muestra su lado más personal, como Federico que, cuando llegan los penales, “apaga la tele/ duerme una siesta”.

El predominante uso del tiempo presente otorga y enfatiza ese cierto dejo atemporal, como si eso que ocurre en el poema se actualizara a cada instante, en cada lectura.

A modo fotográfico (o por qué no radiográfico) Lewin despliega todo su esplendor en un libro que, desde el principio hasta el final, manifiesta una simpleza profunda con frecuentes destellos de humor.

Y me detengo acá, en el “Hotel de mil estrellas”, donde La vida suspendida me despierta gratitud y alegría porque, como diría Katherine Mansfield: “En el umbral de la poesía me encuentro siempre temblando”.

Mariana Chami


Texto leído en la presentación del libro, el día 11 de Diciembre de 2013.




jueves, 5 de diciembre de 2013

Se viene, se viene




INPAZ LIBROS presenta:
La vida suspendida
de Andrés Lewin
Editorial En el aura del sauce

Miércoles 11 de Diciembre, 20 hs.
Refugio Cultural La Palmera
Bolivia 1067 (y Av. Gaona)

Presentación a cargo de Mariana Chami.
Lecturas y música en vivo.
Sorpresas. 

Evento en facebook: 
https://www.facebook.com/events/544161518998871

jueves, 9 de mayo de 2013

viernes, 15 de marzo de 2013

LA CANCHITA

Una tarde cada tres viernes, los pibes se escapaban del colegio para jugar un fulbito en la canchita de la calle Serrano. 

Gaviota no era muy habilidoso, pero igual le gustaba escaparse. Como eran muchos a los que les gustaba escaparse, había partidos en que Gaviota se quedaba a un costado, contemplando, observando como jugaban sus amigos. 

Uno de esos días -contemplando, observando-, Gaviota fijó la mirada en un punto del corner izquierdo del arco que da a la calle Serrano. A primera vista, ese punto era un simple punto, y Gaviota no entendía muy bien por qué miraba para ese lado.

Mientras los pibes seguían jugando, Gaviota se acercó al punto que lo tenía obnubilado, empezó a tocarlo, acariciarlo, hasta que… ¡zácate!... el punto atrapó a Gaviota. 

Era un partido por el pancho y por la Coca, a cara de perro, por eso nadie se dió cuenta que Gaviota fue absorbido por un punto. ¿Y qué había en ese punto? En ese punto sucedían todas las cosas, y más también. Era un punto que era el mundo entero, o era el mundo el que se escondía en el punto, quien sabe. 

La cuestión es que Gaviota estaba atrapado en el punto, y como en ese punto sucedían todas las cosas, también era un punto donde volaban muchas gaviotas. Una de las gaviotas, la gaviota parlanchin, hablaba hasta por los codos. Pero no tenía codos, aunque a veces se apoyaba en el codo de un señor de nombre Francisco. 

Francisco de pibe jugaba de cinco, cinco veces por semana, cinco horas por día. Pero ahora ya no era un pibe, era un señor de cincuenta y cinco años. 

Gaviota era nuevo en el punto, no sabía qué hacer ahí adentro, se quería ir. La gaviota parlanchín, que hablaba hasta por los codos, le dió la bienvenida a Gaviota moviendo sus alas. 

La gaviota parlanchín le habló mucho a Gaviota, le explicó por qué sucedían las cosas, por qué estaba atrapado en el punto, y qué tenía que hacer para salir. 

La salida estaba muy cerca. Pero también estaba muy lejos, había un punto, un mundo de distancia. 

   - ¿Vos querés volver a la canchita? - preguntó la gaviota parlanchín. 
   - Sí, claro. Aparte mi mamá me espera para la merienda – contestó Gaviota. 
   - Si querés volver a la canchita, hay una sóla cosa que tenés que aprender. O mejor dicho, una sóla cosa para ver. Cuando veas lo que tenés que ver, automáticamente vas a volver a la canchita. 
   - ¿Y qué es lo que tengo que ver? 
   - ¡Cerrá los ojos! ¿Cómo vas a pretender ver con los ojos abiertos? Es obvio que así no se ve nada. 
   - Perdoname gaviota, pero en el lugar de donde vengo, las personas miramos con los ojos abiertos, sino no se ve nada, es todo oscuro. 
   - Justamente, para que puedas ver la luz, tiene que estar oscuro, sino la luz no se ve. 
   - ¿Cuál luz? 
   - La que se esconde adentro tuyo. 
   - ¿Eh? ¿De qué hablás? 

A Gaviota le decían Gaviota, pero no era una gaviota, era una persona. Le costaba entenderse con la gaviota parlanchín. No quería escuchar más nada. Sólo escaparse, salir de ese punto, volver a la canchita. Quiso empezar a caminar, pero el punto, aunque era un mundo, no dejaba de ser un punto, con poco espacio para caminar. 

Sin saber que hacer, Gaviota cerró los ojos. De pronto, todo se puso oscuro, bien oscuro. Pasaron los minutos, y todo seguía oscuro, bien oscuro. Otros cinco minutos, y Francisco, el que de pibe jugaba de cinco, lo saluda a Gaviota, que abre los ojos. 

   - Ey, Francisco, ¿Es joda todo esto? ¿Cómo hago para volver a casa? - pregunta Gaviota. 
   - Mirá, pibe, acá hay un parlanchín que dice que hay que cerrar los ojos y la sarasa, pero yo no creo en esas cosas, yo siempre jugué de cinco, entiendo mucho del juego, conmigo no. 
   - ¿Y entónces? 
   - Mirá, pibe, acá la sabemos lunga, no nos comemos la gilada. Yo siempre jugué de cinco. 

Había algo que no le cerraba a Gaviota. Porque Francisco jugaba de cinco, la sabía lunga, pero estaba atrapado adentro del punto. 

Volvió a cerrar los ojos. Los mantuvo cerrados, mucho tiempo cerrados. De repente todo era oscuro, no había nada, ni gaviotas, ni Franciscos, ni pensamientos. La nada misma. Y de pronto, una luz. Porque era invierno y en la canchita las prendían temprano.