domingo, 18 de mayo de 2014

Sobre LA VIDA SUSPENDIDA - Por Jorge D´Alessandro

El dibujador de sonrisas
Humberto Constantini demostraba en su poema-teorema “Álgebra[1] cómo los autos circulando por la Av. Cabildo armaban a coro la música de la soledad. Así, con elementos cotidianos, genera algo más grande, superior (tal vez esencial) que no vemos normalmente o elegimos dejar pasar. De la misma forma, los poemas de Andrés Lewin rescatan la ternura que, todavía, es posible en este mundo, poniendo el foco en varios microcosmos interrelacionados. Y sale a la cancha, apostando a esta tesis fundamental.

Los personajes de sus textos no son extraordinarios. Son personas que venden panchos, limpian vidrios, son amigos, perros o vagabundos. Pero con alguna palabra, acción o reflexión cambian y hacen del mundo un lugar mejor (aunque sea por el breve instante que dura cada poema). Y ahí está Lewin para retratarlos.
Por ejemplo,

“…porque el pibito bien sabe
que los vidrios
pueden limpiarse
pero las caras
¿y las caras?

reflexiona el limpiavidros de Alberti y San Juan mientras

“…el vendedor de panchos
un día ilumina

ilumina (tal vez) un corazón roto.

Escenas como éstas se suceden una tras otra en los textos que conforman la nueva producción de Lewin. Cada poema es un cristal mágico que hace aparecer en cuerpo y alma a estos personajes y su sabiduríen cualquier esquina. Cómo ese perro tímido que acompaña a los que pasean por el cerro o el vagabundo que duerme en el hotel de mil estrellas, Lewin sabe de lugares y de personas.

Otro gran protagonista de estos versos es el tiempo, que paradójicamente corre lento o se detiene. Una interrupción precisa, esperada, para que podamos besarnos realmente, dar un abrazo o esperar la sabia respuesta de Don Pascual. Pero también se suspende entre asado y asado (como dice Damián // la vida suspendida // entre asado y asado). Ese asado con amigos, principal motor para que el tiempo tenga sentido y siga su curso.

Lewin logra, con un lenguaje simple y sin rodeos, elevar situaciones aparentemente comunes a una categoría sagrada: encuentra sin esfuerzo lo mítico en lo cotidiano. La felicidad y la desesperación disfrazadas de gol.

Eleva las banderas de la ternura y la belleza con gran destreza y es imposible no ver una gran manifestación pidiendo por ellas. Como un gran dibujador de sonrisas, Lewin nos hace volver a sentir cosquillas y alegría con sus nuevos textos. Tal vez no haga falta preguntarle nada a Don Pascual.

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