viernes, 15 de marzo de 2013

LA CANCHITA

Una tarde cada tres viernes, los pibes se escapaban del colegio para jugar un fulbito en la canchita de la calle Serrano. 

Gaviota no era muy habilidoso, pero igual le gustaba escaparse. Como eran muchos a los que les gustaba escaparse, había partidos en que Gaviota se quedaba a un costado, contemplando, observando como jugaban sus amigos. 

Uno de esos días -contemplando, observando-, Gaviota fijó la mirada en un punto del corner izquierdo del arco que da a la calle Serrano. A primera vista, ese punto era un simple punto, y Gaviota no entendía muy bien por qué miraba para ese lado.

Mientras los pibes seguían jugando, Gaviota se acercó al punto que lo tenía obnubilado, empezó a tocarlo, acariciarlo, hasta que… ¡zácate!... el punto atrapó a Gaviota. 

Era un partido por el pancho y por la Coca, a cara de perro, por eso nadie se dió cuenta que Gaviota fue absorbido por un punto. ¿Y qué había en ese punto? En ese punto sucedían todas las cosas, y más también. Era un punto que era el mundo entero, o era el mundo el que se escondía en el punto, quien sabe. 

La cuestión es que Gaviota estaba atrapado en el punto, y como en ese punto sucedían todas las cosas, también era un punto donde volaban muchas gaviotas. Una de las gaviotas, la gaviota parlanchin, hablaba hasta por los codos. Pero no tenía codos, aunque a veces se apoyaba en el codo de un señor de nombre Francisco. 

Francisco de pibe jugaba de cinco, cinco veces por semana, cinco horas por día. Pero ahora ya no era un pibe, era un señor de cincuenta y cinco años. 

Gaviota era nuevo en el punto, no sabía qué hacer ahí adentro, se quería ir. La gaviota parlanchín, que hablaba hasta por los codos, le dió la bienvenida a Gaviota moviendo sus alas. 

La gaviota parlanchín le habló mucho a Gaviota, le explicó por qué sucedían las cosas, por qué estaba atrapado en el punto, y qué tenía que hacer para salir. 

La salida estaba muy cerca. Pero también estaba muy lejos, había un punto, un mundo de distancia. 

   - ¿Vos querés volver a la canchita? - preguntó la gaviota parlanchín. 
   - Sí, claro. Aparte mi mamá me espera para la merienda – contestó Gaviota. 
   - Si querés volver a la canchita, hay una sóla cosa que tenés que aprender. O mejor dicho, una sóla cosa para ver. Cuando veas lo que tenés que ver, automáticamente vas a volver a la canchita. 
   - ¿Y qué es lo que tengo que ver? 
   - ¡Cerrá los ojos! ¿Cómo vas a pretender ver con los ojos abiertos? Es obvio que así no se ve nada. 
   - Perdoname gaviota, pero en el lugar de donde vengo, las personas miramos con los ojos abiertos, sino no se ve nada, es todo oscuro. 
   - Justamente, para que puedas ver la luz, tiene que estar oscuro, sino la luz no se ve. 
   - ¿Cuál luz? 
   - La que se esconde adentro tuyo. 
   - ¿Eh? ¿De qué hablás? 

A Gaviota le decían Gaviota, pero no era una gaviota, era una persona. Le costaba entenderse con la gaviota parlanchín. No quería escuchar más nada. Sólo escaparse, salir de ese punto, volver a la canchita. Quiso empezar a caminar, pero el punto, aunque era un mundo, no dejaba de ser un punto, con poco espacio para caminar. 

Sin saber que hacer, Gaviota cerró los ojos. De pronto, todo se puso oscuro, bien oscuro. Pasaron los minutos, y todo seguía oscuro, bien oscuro. Otros cinco minutos, y Francisco, el que de pibe jugaba de cinco, lo saluda a Gaviota, que abre los ojos. 

   - Ey, Francisco, ¿Es joda todo esto? ¿Cómo hago para volver a casa? - pregunta Gaviota. 
   - Mirá, pibe, acá hay un parlanchín que dice que hay que cerrar los ojos y la sarasa, pero yo no creo en esas cosas, yo siempre jugué de cinco, entiendo mucho del juego, conmigo no. 
   - ¿Y entónces? 
   - Mirá, pibe, acá la sabemos lunga, no nos comemos la gilada. Yo siempre jugué de cinco. 

Había algo que no le cerraba a Gaviota. Porque Francisco jugaba de cinco, la sabía lunga, pero estaba atrapado adentro del punto. 

Volvió a cerrar los ojos. Los mantuvo cerrados, mucho tiempo cerrados. De repente todo era oscuro, no había nada, ni gaviotas, ni Franciscos, ni pensamientos. La nada misma. Y de pronto, una luz. Porque era invierno y en la canchita las prendían temprano.